jueves, 3 de septiembre de 2015

Ocasionalmente erótico.

Él la vio desnuda por primera vez cuando ella le mandó una foto por correo. Se puso nervioso, abrió los ojos tan grandes como dos platos vacíos, sin comida, sin nada. Deseó tenerla en ese momento para besar sus labios, los del sur y los del norte. Santiago sabía la diferencia entre deseo y obsesión. Realmente el nivel de deseo era mucho más elevado que alguna obsesión.

La citó en un café del centro para verla. Salieron y como si nada él la tomó de la mano. Como si fueran novios desde hace rato. Como si fueran cómplices de la vida. Ambas manos sudaban entrelazadas. Signo de química corporal, signo de que ambos más allá de querer besarse los rostros anhelaban terminar en la cama de la manera más sudorosa posible. Satisfechos. Felices, cansados de coger y al mismo tiempo haber hecho el amor.

Le pareció del mal gusto llevarla a un motel. A un motel llevas a tu amante, no a la mujer de tu vida. La llevó a casa. Todo limpio, todo en orden. No había señal de la más mínima pelusa. La besó por fin. Le besó el cuello, le susurraba al oído lo que quería hacerle. "Sabes que te deseo Arielle, quiero besarte los pezones, quiero besar cada centímetro de tus pechos. ¿Quieres que lo haga?". Ella asintió sin decir nada, solo con esa exhalación cortante llena de adrenalina. La mano de Santiago daba un masaje en la húmeda vagina de Arielle.

Arielle tenía grandes pechos. No eran los más grandes que has visto, pero si parecían dos volcanes activos. Los pezones de ella estaban tan firmes como los soldados de Kim Jong-un (Dictador de Corea del Norte). Estaba tan húmeda como cuando la brisa mañanera cubría el árbol de naranja que tenía la vecina de Santiago, la señora Matti.

Para cuando llegaron a la cama ya habían hecho el amor tres veces en el camino. Parándose en cada esquina que encontraban. Ella de espaldas contra la pared y él chocando repetidamente detrás de ella como si quisiera traspasar un cuerpo invisible. Transparente.

Pasan la noche, terminan y se besan como si no hubiera mañana. La luz lunar invade sus cuerpos tan desnudos, tan sin pena, tan Adán y Eva. Como si Dios quisiera cubrirlos con un manto celestial de luz blanca. Amenacé y ella duerme. Tan linda, tan feliz. Él se levanta, se asea. Prepara café. Corta un poco de fruta y la papaya le hace sonreír. Recuerda la analogía y goza en su mente el recuerdo. Se ajusta la corbata, ella sigue dormida. Le da un beso en la punta de su fina nariz y nota una lágrima escapando de la mejilla de ella. Esta despierta pero finge dormir, sonríe y él también. Él finge que no vio nada.

Deja fruta preparada y el café listo en la prensa francesa. Porque él es así, detallista. Porque ella es así, hermosa y linda. Amorosa. Porque él se siente agradecido y sale a la oficina. Porque ella es así, feliz. Feliz porque él es así; ocasionalmente erótico.