miércoles, 8 de febrero de 2017

Coke, Bourbon y Johnny Cash.


Es de noche y estoy en casa; claro, pensando en ella. En su voz, rasposa y ronca, una voz que pareciera poco femenina pero que es completamente sensual y música para mis oídos. 

Estoy sentado frente a mi escritorio con un vaso de bourbon con Coca-Cola, tiene hielo y el agua que suda el vaso llega fríamente a mis dedos. Y pienso en ella de nuevo. El agua me recuerda a sus orgasmos, me recuerda a sus lágrimas, a cuando vamos al mar, a cuando sin pensarlo y un tanto travieso hago que mi mano baje hasta su paraíso humano, haciendo que ella, en compañía de una sonrisa tímida y nerviosa, unas mejillas ruborizadas y unos ojos saltones, comience a naturalizar su cuerpo con ese efecto placentero que me humedece mi extremidad aventurera. 

Extraño el olor de su frente, es algo inusual, pero siempre que le beso esa frente tan perfecta huele tan delicioso. Su piel es mejor que cualquier seda, es oníricamente real, algo ya de por sí paradójico pero hermoso. 

Pienso en ella, escucho a Cash, If You Could Read My Mind. Cierro los ojos pensando en su sonrisa e imaginado que está frente a mi y que puedo besarla cuando alguien me toca el hombro derecho. Salgo de mi ensimismamiento y veo a Cash frente a mi. Tal cual. Les juro que no he fumado hierba. Es extrañísimo, me muero de miedo. Qué pasa. 

Cierro los ojos con fuerza y los abro y de nuevo esta ahí. Me observa, esta fumando un cigarrillo. Dios se lo hizo a mano, eso me dice. Luego vuelve a decir algo; me dice que si no hago nada al respecto por conquistarla entonces no puedo escuchar más sus canciones. 

De repente se esfuma y me deja ahí, con esa locura en mi mente, con esa Epifanía. Me quedo otros cinco minutos asimilando todo. Acabo mi vaso de bourbon, apago la laptop y por consecuente la música. Salgo a buscarla. 

La encuentro fuera de su casa, fumando mientras observa la luna. Llego por la espalda y la tomo por la cintura. Le beso todo, se me pone dura y ella quiere ir arriba a su cuarto. Lo hacemos toda la noche, nos besamos cada minuto con respiros fuertes y excitantes. Amanezco con ella y hablamos de todo, y nos amamos al cien por cien. Le digo por fin todo, y ella me lo suelta también. Llegamos a la conclusión de que nos amamos. Olvidamos nuestro pasado y vivimos el presente. Y todo es perfecto, y soy feliz y ella también; y somos amigos, novios, amantes, esposos, padres, humanos hechos el uno para el otro...somos lo que somos. Tenemos entonces la mejor vida.

68 años después.. 

Recuerdo el día que morí. Ella aún vivía. Siempre fui feliz y me quedo tranquilo de que nuestros hijos y nietos cuidaran de ella mientras nos encontramos. Un día lejano espero, tiene tanto que ver aún.

Entonces camino pero sin cuerpo, me muevo y ando como un recuerdo, la energía y el espíritu que fui.

De repente le veo de nuevo, casi 70 años después. Está solo, tocando música; es Cash. Al verme me dice sin separar la vista de su guitarra dorada; "me alegro de que lo hayas hecho". 

Le respondo que perder el amor de mi vida y su música no eran opciones en mi existencia pasada. Y Cash sonríe.

Cierro los ojos y veo a mi amor, recordándome con una sonrisa en su rostro anciano. Y lloro frente a Dios (que se acercó momentos antes) y a Cash. Y juntos los tres cantamos Ring Of  Fire. 

Si, Dios es fan de Johnny Cash. 

domingo, 5 de febrero de 2017

Trueque divino

Te cambio Dios, los cortados por sus besos, por favor, que buena falta me hacen. Te doy mi naranjo por sus labios, mis novelas por su sexo y mis sonrisas por sus brazos. Me urge tocarla, sentir su piel, sus mejillas en mi pecho cuando después de hacer el amor y hablar de la luna y las estrellas se queda dormida.

Te doy mis poemas y mis memorias a cambio de sus cabellos, es un trato que no puedes evitar. O bien te intercambio mis anhelos por un sueño entre sus pechos. Por recorrer con mis párpados su camino de gloria que es su cuerpo. Quiero y necesito besar la comisura de sus rojos y carnosos labios.

Te obsequio mis retratos por el dulce olor a maple de sus muslos, los cual amo de corazón recorrer con mis dedos, sentir la carne de su divinidad en mi posesión, como un regalo tuyo, un proyecto celestial llamado mujer y que puedo ver, oler, tocar, sentir, amar y amar y amar. Y por su nombre que amo tanto, el solo hecho de pronunciarlo es ya un poema. Si fuera una marca resgistrada, un dominio, una patente de Dios, sería pobre, debería millones de monedas, de billetes, de impuestos y de suertes. Cada mañana, cada medio día, cada noche lo pronunció en mis pensamientos como un rito. Tu nombre es jazz para mis oídos, es medicina auditiva, es la mejor palabra. Sencilla y corta pero la mejor de todas, ¿por qué nunca sale en los libros? Serían bestsellers si la utilizaran. Tontos autores.

Te cambio las postales de mis recuerdos por su risa. Te regalo mi colección de cuarzos por los placeres más salvajes y los orgasmos duraderos de sudores fríos que con ella quiero.

Te cambio Dios, el final del diario lunes por un martes en sus ojos, te cambio un miércoles de enojos
por un jueves de virtudes y un viernes de paseos por la playa. Te cambio todos los postres de vainilla que me quedan por probar por un beso honesto, el suyo. No importa que ella sea mucho mayor, mucho más madura y pura. La amo y he leído los términos y condiciones que me has puesto.

Firmo, vendo o intercambio una tarde de gran viento, una noche en firmamento, por caer en su mirada, cerrar los ojos y sentir el aliento de su cariño. El trueque divino le llaman, a lo que estoy a punto de hacer.