jueves, 1 de junio de 2017

Señores del jurado; me declaro inocente

Me declaro inocente su Señoría. Es totalmente inaceptable sentirme culpable por enamorarme de la mujer más hermosa que mis ojos han visto. No digo con esto que yo sea un Santo o un ejemplo cívico ante los humanos que habitan esta ciudad o ante los honorables miembros de esta corte. Soy yo tal cual. Un escritor que un día decidió sentarse fuera del Fix Coffee & Wine a leer la última novela de la grande colega chilena Isabel Allende (ella ha decidido ser chilena y no peruana; desconozco la razón exacta de tal decisión).

Entonces Sr. Juez sentí algo en el rabillo del ojo. Primero creí que se trataba de un pequeño insecto o un micro pedazo de polen lo que me estaba molestando. Luego percibí que la sensación no era física sino espiritual. Como un rayo de ojos que me observaban. Al voltear la vi. Era ella Sr. Juez, y en honor a la verdad y en el nombre del mismísimo Dios, desde entonces no tengo sentimientos hacia nadie más que a esa mujer. 

Mi moral se vio afectada cuando ese mismo día en el mismo lugar también me percate de que ella venía de la mano de otro hombre. Mi corazón siguió latiendo pero mi cerebro lloraba lagrimas grises por entre las venas de mi cabeza. Mis ojos se tornaron húmedos y la mirada de mi rostro bajó de pena y vergüenza. Recuerdo que me ruborice tanto que mis mejillas ardían de dolor. 

De inmediato fui a mi casa, me encerré en mi biblioteca y coloqué  a todo volumen el vinilo de Jazz que había comprado la noche anterior. Estuve cuatro horas sentado, desde las 2:30 p.m., imaginándome a su lado, sintiéndome suyo. Y lloré su Señoría. Llore por ser tan cobarde.

Señores del jurado, Señoría; se que me he enamorado de una mujer prohibida, se que mis excusas podrán se para ustedes ilógicas y exasperantes. Pero quién en este mundo tiene control de sí mismo al momento de caer en las garras de la bestia llamada Amor. Una bestia hermosa que aguarda a que duermas para devorarte en sueños de ilusión. Quién nunca se ha enamorado de la mujer más hermosa del mundo.

Me niego a aceptar culpa alguna por ello. Y si la pena a cumplir es que me señalen toda una vida de tonto y creedor de quimeras afectivas, estoy de acuerdo en la sentencia. Pero no me nieguen la verdad, el Derecho y la libertad de enamorarme de su sonrisa, de la comisura dulce de sus labios, de sus ojos, de sus iris, de su cabello no peinado, de su mente, de su cultura, de su cintura blanca tan adaptable a mis grandes manos. Me niego a declararme culpable por haberme enamorado de la mujer más hermosa del mundo.