viernes, 17 de noviembre de 2017

Melancolía y Aguas Frescas

No sé si alguien lo sepa. Desconozco si algún lector sea conocedor de este secreto, pero lo diré ahora mismo mediante las huellas de mis dedos; me pongo nostálgico cuando cae la tarde. Si bien me encantan los ocasos y suelo decir que son fenómenos románticos de la naturaleza, la verdad es que cuando el cielo deja de teñirse de rojo y azul, mis ojos se adaptan a la falta de luz con gran dificultad. No solo porque padezco miopía y astigmatismo, sino por la gran tristeza que siente mi corazón cuando la noche se asoma a eso de las seis pe eme.

Por aquello de las 3:30 p.m. comienza todo. Lentamente, poco a poco. Los primeros signos son evidentemente los puestos móviles de fruta y aguas frescas vacíos. Ver la vitrina con puro hielo me enfría la mente, cada célula de mi ser. Saber que el recipiente de cristal que antes contenía agua de horchata o tamarindo ahora se encuentra solo, me indica que el frutero ha terminado su turno y se dispone ir a casa. Ir a casa, a descansar, a convivir con su familia o con los camaradas.

La segunda señal viene cuando los taxis van llenos. Llenos hasta el tope ¿A dónde van todas esas personas? ¿A casa? Los jóvenes que salen con sus chamarras escolares, ¿a encontrarse con sus padres? ¿con sus novias? ¿al cine? Los adultos responsables, ¿con sus esposas? ¿con sus hijos o nietos? ¿a un motel a verse con aquel o aquella que los llena sexualmente pero no en temas de amor profundo? ¿acaso se dirigen a la cantina más cercana a cantar una de Sabina o de Chalino o de Cash o de Vicente o de José Alfredo? Los ancianos que empacan en los mercados, ¿tendrán un hogar o se trasladan a alguna casa de retiro? ¿alguien los recibirá con un abrazo? ¿con el respeto que merece aquel humano que es sabio porque ya ha vivido mucho? La tarde me llena de melancolía y de muchas preguntas.

La tercer señal es simple. Las lecturas en las bancas del parque se hacen borrosas. Sin duda es ya entonces la hora de prender una luz, pero las avenidas de mi ciudad no cuentan con luminarias funcionales a pesar del pago de tanto impuesto. La irresponsabilidad del ayuntamiento me ayuda, al menos, a recordar que es tarde y que el recuerdo de las caminatas por el centro de mi ciudad han quedado rezagadas a cinco horas atrás de distancia. Una noche más.

La última señal viene cuando desde dentro de la oficina observo al guardia de las seis pe eme llegar. Dos horas más y a casa, me digo. Mentira. Seguramente irá a algún café nocturno o a la librería a gastar el resto de mi quincena en libros que leeré dentro de dos o tres meses. Después una cerveza. Terminar en casa para dormir y para con alegría y esperanza, amanecer con el nuevo día. Y caminar por el barrio, por las colonias y saber que irremediablemente, al caer al tarde, mi bohemio y sensible corazón podrá disfrutar de los rayos abandonados de la estrella más grande de nuestro Sistema. Lo que queda mientras uno espera al final de otro día es simple; brindar con un agua fresca y agradecer.

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